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Comida y sufrimiento: un conjunto doloroso
en la poesía de César Vallejo
Instituto de Estudios Vallejianos

Brigham Young University
Marzo de 2003
En su brillante comentario sobre el poder de los mitos en nuestro mundo, Joseph Campbell observa que en muchas culturas antiguas había una relación primordial, mitológica y hasta contradictoria entre la destrucción inherente en la preparación y deglución de la comida y la expansión y la continuidad producidas por el poder nutritiva de esa comida. Campbell asevera–y aquí traduzco sus palabras al castellano– que “la vida vive de las vidas, y la reconciliación de la mente y las sensibilidades humanas a ese hecho fundamental es la función de algunos de esos ritos [antiguos].” Nuestra cultura moderna es poderosamente profana, y ha perdido en gran parte la idea de una conexión ritual entre la comida, la fuerza de la vida y el poder divino. A veces, sin embargo, hay escritores modernos, mayormente poetas, en cuya visión expresiva se vislumbra todavía esa relación más antigua y en donde se mantienen en cierta forma las primordiales contradicciones y tensiones largamente asociadas con la comida. Creo que el gran poeta peruano César Vallejo se puede apreciar como uno de esos escritores modernos. El motivo de la comida figura en un número considerable de sus escritos, representando un aspecto del lenguaje expresivo vallejiano que se presta admirablemente para comunicar no solamente diversas situaciones sino también muestras profundas de soledad y sufrimiento.
Antes de entrar en materia, hace falta un breve recordatorio sobre la vida y las circunstancias particulares de Vallejo. Nacido en 1892 en el pequeño pueblo andino de Santiago de Chuco, cerca a la ciudad provinciana de Trujillo, Vallejo conocía de cerca el rechazo y el sufrimiento en su vida. Su juventud y sus primeros años maduros fueron marcados por la muerte prematura de su madre, una temprana relación amorosa que fue terminada por la familia de su novia, varios meses pasados en la cárcel en Trujillo, y
algunos años muy difíciles en Lima. Vallejo viajó a Europa en 1923, en lo que se podría ver como un gesto de auto-exilio, y nunca regresó a su país natal. Tomó residencia en el París de posguerra, donde se mantenía precariamente con varias actividades periodísticas. Conoció en 1926 a Georgette Philipart, una joven francesa con quien vivió temporaria-mente y con quien se casó eventualmente. En esa misma época empezó a profundizarse en el marxismo, y durante los años siguientes asistió a conferencias, viajó a la Unión Soviética y participó en la organización de una célula comunista clandestina en París. Sus actividades políticas le ganaron la atención de las autoridades francesas, y hacia fines de 1930 fue detenido y expulsado de Francia. Con Georgette a su lado Vallejo estableció residencia en Madrid, donde continuaba escribiendo y atendía también a sus compromisos políticos. Por razones de lengua y cultura se sentía atraído hacia España y sus problemas, aunque los detalles de sus meses en Madrid no eran particularmente gratos. Vallejo y su esposa regresaron a París en los primeros meses de 1932, y allí vivieron hasta la muerte del poeta en abril de 1938.
A pesar de su casamiento y los muchos años de residencia fuera del Perú, Vallejo nunca se sentía a gusto en Francia o Europa. Su situación financiera era siempre incierta, y no gozaba de la aceptación que los escritores y críticos europeos mostraban hacia otros hispanoamericanos, tales como los chilenos Vicente Huidobro y Pablo Neruda. Podemos apreciar una marcada nota de desesperación, por ejemplo, en las tonalidades grises de “Piedra negra sobre una piedra blanca,” un poema escrito durante sus primeros años en París: El texto comienza con una visión futura: “Me moriré en París con aguacero, /un día del cual tengo ya el recuerdo. /Me moriré en París– y no me corro– /tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.” Los versos finales dan detalles: “César Vallejo ha muerto. . ./
. . .son testigos/ los días jueves y los huesos húmeros/la soledad, la lluvia, los caminos. La visión comunitaria del marxismo que animaba a Vallejo durante la última década de su vida tampoco pudo reducir esa angustia existencial. Las más de las veces esa visión sirvió simplemente para hacer más vívidas sus percepciones insistentes de conflicto, marginalización y el descuido que era evidente en la sociedad. Vallejo murió el 15 de abril de 1938– Viernes Santo– en exilio permanente de su patria y de su muy recordada España, en ese momento imersa en el torbellino de una sangrienta guerra civil.
Aunque Vallejo fue ampliamente reconocido durante su vida como ensayista, novelista y dramaturgo, la poesía ha quedado como la dimensión central de su obra literaria. No muy extensa en comparación con la de Neruda, por ejemplo, su producción en verso apareció en solamente tres colecciones. En Los heraldos negros (Lima, 1918) Vallejo utilizó muchas de las formas poéticas tradicionales, pero al mismo tiempo en sus temas e imágenes sugirió la futura destrucción de su mundo integrado. Trilce (Lima, 1922) dio forma a esa destrucción, tanto en términos poéticos como personales. El poemario presenta setenta y siete poemas enigmáticos, designados solamente con números romanos. Han opinado los críticos que “trilce”podría combinar elementos de “triple,” “triste”o “dulce”, pero es cierto que ese título sugestivo funciona hasta cierto punto como preparación para las rarezas del tomo: temas insistentes de marginalización y separación, lenguaje figurado muchas veces hermético, dicción y estructuras poéticas sumamente inusitadas. Poemas humanos (Paris, 1939) recoge póstumamente la producción poética de Vallejo durante sus años en Europa. Incluye una serie de poemas en prosa, textos en verso que utilizan un discurso más directo y muchas veces abiertamente político, y un incandescente poema en quince segmentos enfocado en la tragedia del la guerra civil española.
Con esos detalles como trasfondo, entonces, podemos ir ahora al asunto que nos concierne centralmente en esta presentación. La comida como dimensión temática en la poesía vallejiana ha recibido cierta atención crítica, debo decir, pero conviene explorar más a fondo su honda conexión con un estado emocional negativo. Mi tesis es que la comida raras veces aparece en la poesía de Vallejo como un motivo grato y positivo, sino todo lo opuesto. Su figuración en los versos vallejianos casi siempre tiende en dirección contraria, como elemento que acentúa el dolor, la soledad, la separación y la orfandad. Espero poner a prueba esta tesis considerando en cierto detalle varios textos poéticos, textos que pueden reflejar varias dimensiones pertinentes del motivo, entre ellas referencias a la comida misma, con distintos alimentos y bebidas, a la preparación de la comida, al acto de comer y a las escenas sociales que giran en torno de la comida (la cena familiar, por ejemplo). En estos textos ejemplares la comida figura como elemento significativo, en un sentido nutritivo y cotidiano y en otro empapado de angustia emocional, significación doble que transforma los elementos culinarios y los actos sociales asociados con ellos en expresiones de profundo dolor.
Un breve ejemplo inicial se encuentra entre los versos sombríos y desolados de “Espergesia,” un texto del primer poemario de Vallejo, Los heraldos negros (1918). Aquí la acción de masticar la comida es central a la vida, pero al mismo tiempo el poeta sugiere que esa vida no es más que una existencia muerta y silenciosa. La sexta estrofa del poema va así:
Todos saben que vivo,
que mastico. . .Y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de féretro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto. (OP, 115)
Utilizando la idea de las masticación como punto de partida, vamos a continuar con una consideración más amplia del pan, uno de los alimentos más antiguos, más universales y ciertamente más metaforizados. El pan, incluyendo algunos variantes como el bizcocho y la empanada, es de aparición bastante frecuente y variada en la poesía de Vallejo, y vamos a examinar solamente algunos ejemplos seleccionados entre muchos. En “Los heraldos negros,” el texto inicial del primer poemario vallejiano, un pan olvidado y dejado a quemarse en la puerta del horno viene a representar en forma vívidamente sensorial los heraldos negros, o los golpes mortales que nos trae la vida. Los versos pertinentes son así:
Hay golpes en la vida tan fuertes. . . Yo no sé!
* * * * *
Esos golpes sangrientos son la crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. (OP, 20)
Hay que pensar, obviamente, en un horno antiguo, externo a la casa, en el cual se introducen los panes con una paleta. El pan quemado, olvidado en la boca del horno por sus fabricadores humanos, ya no servirá para comida; en cambio, su deterioro marcado y maloliente en el calor intenso simboliza una destrucción igualmente segura de los elementos sustanciales de la vida.
Un ejemplo más complicado se ve en "El pan nuestro," también texto de Los heraldos negros. El trasfondo de este poema es una ciudad invernal, en cuyos contornos grises se palpan el frío, el hambre y la pobreza. El hablante poético pide ayuda divina en la provisión de víveres necesarios (“¡El pan nuestro de cada día dánoslo, /Señor...!”), pero al mismo tiempo lleva encima una fuerte sensación de culpabilidad. Las dos últimas estrofas del texto son así:
Todos mis huesos son ajenos;
yo talvez los robé!
Yo vine a darme lo que acaso estuvo
asignado para otro;
y pienso que, si no hubiera nacido,
otro pobre tomara el café!
Yo soy un mal ladrón... A dónde iré!
Y en esta hora fría, en que la tierra
trasciende a polvo humano y es tan triste,
quisiera yo tocar todas la puertas,
y suplicar a no sé quién, perdón,
y hacerle pedacitos de pan fresco
aquí, en el horno de mi corazón...! (OP, 78)
Es obvio que de nuevo la comida, y en particular el pan, ofrece el camino para expiar la culpa que le agobia al hablante. Un pan fresco, preparado y horneado metafóricamente al calor del corazón, posibilitaría una comunicación tentativa entre el “ladrón,” autodesignado en el texto, y sus “víctimas,” que son totalmente desconocidos.
El poema 23 de Trilce (1922) hace uso del pan, aquí en forma de los ricos bizcochos preparados en tiempos lejanos por la madre, para yuxtaponer la visión nostálgica de la niñez y la sombría realidad actual percibida por el poeta/hablante adulto. Citamos de las primeras estrofas del texto:
Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos
pura yema infantil innumerable, madre.
* * * * * *
En la sala de arriba nos repartías
de mañana, de tarde, de dual estiba,
aquellas ricas hostias de tiempo, para
que ahora nos sobrasen
cáscaras de relojes en flexión de las 24
en punto parados. (OP, 195)
La acogedora cocina maternal, calurosa y en plena actividad (“tahona estuosa”) queda en el recuerdo del hablante como fuente del sostenimiento, de la cual venía un fluir continuo de nutrición. Los bizcochos, “aquellos mis bizcochos” como Vallejo los personaliza, toman en el recuerdo de un tiempo alejado la sustancia sagrada de la hostia, y en cambio el momento actual se experimenta entre las ruinas de la presión temporal (“cáscaras de relojes”).
En “Un hombre pasa con un pan al hombro,” texto del poemario póstumo Poemas humanos (1939), el pan, y después algunos deshechos apenas comibles, funcionan como puntos de comparación entre la vida real, inmediata y visiblemente grosera, y las actividades intelectuales esencialmente abstractas y fútiles. Los versos pertinentes son estos:
Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, de mi doble?
* * * * * *
Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después, del infinito? (OP, 414)
Además del pan, que aquí hemos sugerido como un elemento de importancia especial en el motivo expresivo que vamos considerando, hay otras sustancias nutritivas que debemos mencionar más brevemente. En el poema 58 de Trilce, por ejemplo, el compañero de prisión come trigo de las lomas con la cuchara del hablante (OP, 240), imagen que trae la visión contraria y más grata de las comidas familiares de la niñez. En “La punta del hombre” (de Poemas humanos) el hablante mantiene solamente en el recuerdo la comida sustanciosa, y está obligado a “comer de memoria buena carne, /jamón, si falta carne, /y un pedazo de queso con gusanos hembras, /gusanos machos y gusanos muertos” (OP, 374). Figuran también las bebidas entre las sustancias nutritivas: el vino que ha sido consumido (“¡Oh botella sin vino!,” Poemas humanos, OP, 375); la cerveza que se toma con el almuerzo (Poema 35, Trilce, OP, 210); el vino y la leche comprados en un mercado de París, que traen el recuerdo de un amigo muerto (“Alfonso: estás mirándome, lo veo,” Poemas humanos, OP, 390).
Hasta aquí nos hemos enfocado sobre la aparición de varios elementos específicos de comida y bebida en la poesía vallejiana, pero creo que el funcionamiento de las imágenes de nutrición alcanza su punto más alto en una serie de textos que toman como
trasfondo la comida en su ámbito social y ceremonioso. Un enfoque es el almuerzo íntimo, con dos personas solamente. Aquí los platos de comida y la bebidas pueden acentuar a veces las palabras y los atracciones físicas de una mujer amada o en otras ocasiones la mesa vacía donde antes habían comido. Otro enfoque es la mesa familiar, eje alrededor del cual giran muchas visiones de hambre y plenitud, de múltiples desayunos y cenas, de calurosa atención maternal y acogedora. Leamos con más detalle algunos poemas ilustrativos.
El Poema 35 de Trilce (OP, 210-211) es uno de dos que tienen que ver con una comida con la mujer amada. En el primero se presentan los detalles de un almuerzo convertido en un encuentro deliciosa con su novia. Como trasfondo están la mesa y sus utensilios, las horas de preparación, los platos mismos con su bebida, los condimentos picantes. El centro del texto, sin embargo, es la visión recordada de una mujer encantadora y coqueta, también retratada con detalles concretos. Las estrofas 4 y 5 se leen así:
Mujer que, sin pensar en nada más allá,
suelta el mirlo y se pone a conversarnos
sus palabras tiernas
como lancinantes lechugas recién cortadas.
Otro vaso, y me voy. Y nos marchamos,
ahora sí, a trabajar.
Sin embargo, el hablante en el texto no puede mantenerse en lo delicioso de la escena recordada. En la última estrofa, desde sus “días desgarrados”actuales, busca la conexión
perdida con la novia como si fuera una costura, “. . .a coserme el costado/ a su costado,/ a pegar el botón de esa camisa.”
Un tono mucho más sombrío se evidencia en el segundo texto, Poema 46 de Trilce, en el cual la tarde personificada como cocinera señala con tristeza profunda la mesa vacía, donde antes había comido la amada. El primer cuarteto va así: “La tarde cocinera se detiene /ante la mesa donde tú comiste; /y muerta de hambre tu memoria viene /sin probar ni agua, de lo puro triste” (OP, 226).
Una comida familiar es el ámbito para “La cena miserable,” texto que aparece en Los heraldos negros. Es una serie de interrogaciones sobre el sentido de la vida, engarzadas en la imagen de la mesa familiar: “Hasta cuándo la Duda nos brindará blasones /por haber padecido... /Ya nos hemos sentado /mucho a la mesa, con la amargura de un niño /que a media noche, llora de hambre, desvelado... //Y cuándo nos veremos con los demás, al borde /de una mañana eterna, desayunados todos.” La vida se percibe como una cena pobre e interminable, en la cual hay amenazas y burlas ebrias que vienen como dosis de sustancia amarga: “Hay alguien que ha bebido mucho, y se burla, /y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara /de amarga esencia humana, la tumba... /Y menos sabe /ese oscuro hasta cuándo la cena durará” (OP, 86).
Poema 28 de Trilce (p. 201) representa tal vez la expresión más brillante y al mismo tiempo más mordaz del motivo de la comida en su ámbito familiar. Vamos a reproducir el texto completo:
He almorzado solo ahora, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el fecundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.
Cómo iba yo al almorzar. Cómo me iba a servir
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.
A la mesa de un buen amigo he almorzado
con su padre recién llegado del mundo,
con sus canas tías que hablan
en tordillo retinte de porcelana,
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros,
porque estánse en su casa. Así, qué gracia!
Y me han dolido los cuchillos
de esta mesa en todo el paladar.
El yantar de estas mesas así, en que se prueba
amor ajeno en vez de propio amor,
torna tierra el bocado que no brinda la
MADRE,
hace golpe la dura deglución; el dulce,
hiel; aceite funéreo, el café.
Cuando y se ha quebrado el propio hogar,
y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina a oscuras, la miseria del amor. (OP, 201)
Como la gran mayoría de los poemas de Vallejo, este texto se presenta en primera persona y a través de un hablante poético se desarrolla en tres dimensiones temporales: 1) la actualidad, en la cual el hablante está obligado a comer solo, alejado del hogar destruido y aislado de familia y amigos; 2) un pasado no muy distante, en el cual el hablante almorzó en casa de un amigo, en medio del bullicio de una calurosa comida en familia; 3) un pasado más lejano, añorado nostálgicamente por el hablante, en el cual el
hogar estaba todavía sano con los padres vivos y atentos. Las referencias constantes a la comida y a las ceremonias de la comida ofrecen un hilo central para unir los distintos aspectos del texto. Un pequeño inventario de esas referencias revela su importancia: los alimentos y las bebidas (choclos, bocado, dulce, agua, café); los utensilios y los lugares (hogar, cocina, mesa, platos, cubiertos, cuchillos, porcelana); la acción misma de comer (yantar, almorzar, paladar, deglución); personas y sonidos (madre, padre, amigo, tías canas, súplica, sírvete, fecundo ofertorio, tordillo retinte, bisbisear). Por entre esas numerosas referencias a la comida en familia corre otro hilo, tal vez el más significativo, el de una transformación negativa. En su estado doloroso de soledad, el hablante no puede aprovechar el poder nutritivo de su existencia. El recuerdo de un hogar feliz, ahora en ruinas, le imposibilita el beneficio de la comida actual (“Cómo iba yo a almorzar nonada.”). Tampoco puede nutrirse del calor ofrecido en al almuerzo de una familia amiga, porque la obvia felicidad de la escena le produce un dolor físico (“Y me han dolido los cuchillos /de esta mesa en todo el paladar.”) En este estado emocional, el hablante apenas puede tragar la comida, la cual al mismo tiempo se transforma. La comida se convierte en tierra, el postre dulce en hiel, y el café en un aceite oscuro que presagia la muerte. La cocina maternal está en tinieblas, y el amor a punto de desaparecer entre los escombros del hogar quebrado.
Me he ocupado en este estudio de una dimensión particular en el lenguaje figurado de César Vallejo, concretamente en la del motivo de la comida. Después de haber repasado algunos textos poéticos que ilustran ese motivo expresivo, creo que nos queda solamente una conclusión en cuanto a su significado dentro de la obra vallejiana. Las imágenes basadas en la comida realmente no reflejan el poder nutritivo de los comestibles y las ceremonias asociados con ellos, sino un estado de "desnutrición" profundamente dolorosa. Con muy pocas excepciones, estas imágenes acentúan en forma poderosa aspectos negativos de la existencia, como por ejemplo el hambre, la vaciedad, la tristeza, el aislamiento, la orfandad, o la muerte. Estas cualidades se ven en otro aspectos de la obra de Vallejo, es cierto, pero este estudio me lleva a la conclusión de que son especial-mente visibles en el complejo figurado poético que se refiere a la comida.
Doy la palabra final a Vallejo mismo. La estrofa final de "La rueda del hambriento," poema incluído en Poemas humanos, ofrece una conclusión punzante:
Un pedazo de pan, ¿tampoco habrá ahora para mí?
Ya no más he de ser lo que siempre he de ser,
pero dadme
una piedra en que sentarme,
pero dadme,
por favor, un pedazo de pan en que sentarme,
pero dadme
en español
algo, en fin, de beber, de comer, de vivir, de reposarse,
y después me iré...
Hallo una extraña forma, está muy rota
y sucia mi camisa
y ya no tengo nada, esto es horrendo. (OP, 364-65)
Merlin H. Forster
Brigham Young University
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